viernes, 22 de agosto de 2008

Discapacidad

Una mirada distinta


«Un acto está ligado a la determinación del
comienzo y muy especialmente allí donde
hay necesidad de hacer uno, precisamente porque no lo hay».
J. Lacan. El acto psicoanalítico».

Primer escena: un médico neuropsiquiatra y un psicoanalista frente a frente, con una pareja de padres y un hijo (quizá un bebé, o un niño más grande), quién, por lo general, difícilmente consigue sostener en su cabecita la corona de «su majestad el bebé», ya sea porque la hipotonía se lo impide, porque el diámetro cefálico está por encima o por debajo de los percentiles normales, porque sus ojos no le sirven para ver o, simplemente porque han colocado encima del trono vacío un cartel que dice: «Síndrome de Down» o «Síndrome de West» o «Parálisis cerebral» o «Diagnóstico desconocido», etc, etc, etc.
Llegan por primera vez. Difícilmente traigan un niño con nombre. El lugar de este nombre suele ser remplazado por el diagnóstico. Así, las posibilidades de éste niño de establecer una filiación, se ven enormemente dificultadas. Sin embargo, en ésta primer escena los padres se instalan en una posición de demanda:
* «Hemos visto a varios neurólogos, nadie nos dice qué es, queremos saber qué tiene».
* «Queremos saber si va a poder hablar, si va a caminar, cómo va a ser, si va a ir a la escuela»
* «El estudio genético dio bien, le hicieron electroencefalograma, tomografías y todo salío bien, dicen que es un atraso madurativo, pero eso no nos convence».
* «Cuando nació nos informaron que era Down. Queremos que nos digan cómo tenemos que hablarle, qué cosas necesitan estos chiquitos»
* «Yo pienso que es normal, ¿a ustedes que les parece?
Tenemos entonces, un médico y un psicoanalista enfrentados con una «misión» grandiosa -una ad misión- , redentores, visionarios del futuro, artífices de lo imposible, hacedores de milagros, protectores de los despojados, didáctas y garantes de una paternidad sin fisura. Revivir una neurona muerta, cambiar el mapa cromosómico, poner un pedazo de cerebro allí donde sólo hay agua. En ésta misión somos supuestos.
Si entendemos la etimología de la palabra «admisión» en su primera acepción, la de «aceptación», rápidamente advertimos que acá nadie «acepta» nada, ni los padres a ese niño, ni los profesionales a esa supuesta misión grandiosa. Pero si tomamos la acepción forense, la admisión es el «trámite previo para decidir si hay o no lugar a seguir sustancialmente ciertos reclamos o recursos». En ésta segunda acepción se ofrecen elementos más valiosos para entender lo que en ésta escena se produce.
Es un trámite previo en la medida que, en función del ordenamiento que allí ocurra, quedarán tendidas las líneas que posibilitarán la intervención clínica que ese niño requiera (medicación, estimulación temprana, ortopédia, psicomotricidad, lenguaje, psicoanálisis, psicopedagogía, etc.).
En éste ordenamiento los personajes quedan ubicados de tal forma que, independientemente del camino que a partir de allí se abra, se mantenga la dirección en una única línea: «la restitución del sujeto del deseo»; misión que es menester seguir por todo un equipo interdisciplinario.
Para que esto sea posible es imprescindible decidir en éste «trámite previo» qué es lo que ha lugar y que es lo que no ha lugar.
La escena comienza: el «tribunal supremo» se encuentra reunido frente a los padres y el niño, y profiesa su primer intervención: «los escuchamos...»
El escucharlos instituye una situación de demanda; demanda que no es bifurcada por el hecho de ser dirigida a un médico y a un psicoanalista, sino por convocar a un «qué hacer» que invita a la pulsión de describir a un cuerpo a pesar de su daño, ¿De cuál qué hacer se trata?
En un primer lugar, no ha lugar, al recurso del diagnóstico normal, que los padres por lo general apelan: «no sabemos aún -responde el médico- los informes que hablan de «atrofia cerebral», «trastornos conductivos», etc. son fundados en estudios que no reflejan confiablemente estos resultados».
En éste lugar la escucha analítica se torna imprescindible para impedir que la respuesta ubicada como frustrante o gratificante en el imaginario de los padres, reduzca la transferencia a la sugestión. Para eso son necesarias dos condiciones:
Acerca del lenguaje del Médico: que no responde de más: no ha lugar, es decir, no se pliega al saber supremo que le es supuesto, a la ilusión del ser que lo promueve el lugar del ideal, sosteniendo una medicina también ideal y perfecta que siempre puede hacer algo por alguien.
El médico deberá hacerle preguntas a la realidad psíquica de los demás y a la suya propia; en lugar de clasificarlas, juzgarlas o suponerlas evidentes darle el lugar que le corresponde al poder de la palabra y ser capaz de reconocer una palabra verdadera, una palabra que tiene efectos sobre el cuerpo. Desde la neurofisiología gran cantidad de investigaciones nos permiten apreciar las mejorías halladas en las intervenciones clínicas, en donde la búsqueda del deseo del niño tiene un lugar fundamental.
Acerca del lugar del Analista: que apoye la demanda, pero no, como suele decirse, para que frustre al sujeto, sino para que «reaparezcan los significantes en que su frustración está retenida». Lacan 1971.
Esto es posible en tanto entendemos la demanda como vía de acceso al inconsciente que se articula en ella; deseo que no se encuentra comprometido con el objeto, sino en una profunda relación con el deseo del Otro.
Los padres generalmente son fieles a los primeros consejeros, estos profesionales que aparecen tan frecuentemente al principio de la tragedia y se «habla de más»: «No bajen los brazos»; lo que sus brazos van a sostener es la ilusión de un cuerpo que, en verdad, amenaza con romperse por todas partes.
La formación médico académica entrena para hacer diagnósticos, dar tratamientos y pronosticar. Será de fundamental importancia la detección del trastorno a nivel orgánico a fin de poder operar con él, psicoanalíticamente. El psicoanalista deberá ser el especialista del caso, el clínico del detalle.
Cierto monto de duda permite que se pueda seguir buscando, que no se cierre definitivamente toda posibilidad; y en ésta situación es la duda la que dificulta que los padres puedan apostar a favor de su niño, que lo invistan libidinalmente. Ningún estudio neurológico iba a detener la duda que soportaba el temido diagnóstico lapidario definitivo.
El analista, en su tarea de hacer correr los significantes que articula la demanda, promueve la emergencia de este sujeto del deseo y reenvía a los padres a la posición en la que la palabra del médico puede ser escuchada en un sentido diferente: el cuerpo de su hijo es un cuerpo exógeno, un cuerpo sobre el cual pueden hacerse inscripciones. Sólo desde este lugar es posible iniciar la investigación sobre el diagnóstico y arribar a una respuesta precisa o no, dependiendo esto último de los recursos de que la ciencia médica disponga.


En el final o al principio los caminos se bifurcan dando lugar a nuevas transferencias, pero la impronta de ésta primera intervención señala un curso en el que se trata de cuerpos dañados o no, que soportan la marca que el deseo del Otro inscribe para posibilitar un sujeto, y acá los caminos se vuelven a juntar. Sólo así las neuronas que están vivas pueden ponerse en actividad; la parte sana de un cerebro se las arreglará para perfeccionar su funcionamiento y compensar funciones dañadas.
El curso de las nuevas transferencias dentro de la institución queda así signada. La entrevista de admisión comienza a «rizar el rizo» y ha de ser recorrida varias veces. Es
un principio pero también un final, tiene una función de corte, corte que posibilita la apertura. Pero como el inconsciente no se abre más que para cerrarse de nuevo, seguimos recorriendo este especial «terminable e interminable», haciendo cada vez más metonímica la relación con el objeto de deseo.
Todos los padres suelen traer a estas primeras entrevistas un «trapito deshilachado e inservible», todos, de una manera u otra, nos cuentan la primera vez que hay algo que se les terminó, por eso «los escuchamos» y así comenzarán a encontrarse con su hijo.
Las discapacidades no se curan porque no son enfermedades, sí, pueden ser marcas
que a lo largo de la vida pueden ser resignificadas, o bien, cobrar luz y sentido a traves de la mirada de los grandes «Otros» (madre-padre).
Para cualquier infans el medio simbólico al que adviene juega un papel central en su constitución subjetiva, esto es aún más cierto cuando se trata de niños que han sufrido lesiones a nivel cerebral o de los órganos de los sentidos.
El analista, en niños afectados por enfermedades que bloquean, inhiben o perturban su desarrollo normal, apuntará en su tratamiento a poder armonizar o estructurar la imagen inconsciente del cuerpo; lo cual lo constituirá no sólo por vinculación sino por
palabras, «hilos que irán cosiendo las diferentes partes del sujeto».
Se apuntará al encuentro del deseo. Deberá transformarlo de ser un niño marcado a ser un niño abierto al deseo, proceso difícil, más aún si de su estructuración faltante se trata.
De allí la importancia de la pronta y oportuna intervención, puesto que si de un corte con estos Otros significativos se trata, se dificultará aún más el crecer, el desear algo que empuje hacia fuera. El poder hablar de lo que realmente pasa irá armando quién es él, de lo contrario quedaría un agujero, se volvería hacia sí mismo, hacia adentro.
El niño deberá encontrar un lugar en el mundo, y más allá de la organicidad, el deterioro, lo que no puede... apuntar a lograr un espacio propio y personal.
Serán los padres los que posibiliten que pueda pasar de la deficiencia absoluta a la independencia y que pueda aceptar las limitaciones que su cuerpo le impone. Ellos deberán, por sobre todas las cosas, apostar a los sentimientos, ser sostenedores del desarrollo emocional y psíquico del niño; brindándole un ambiente facilitador y contenedor pero de ninguna manera sobre protector, porque esto lo marcará aún más como diferente.
La admisión, entonces, fue un primer encuentro, después viene la intervención también con los padres.
Brindarles confianza, movilizar a esa madre que muchas veces se adueña de un saber sobre lo que necesita o no su hijo.
No se puede atender al niño y ocuparse de los padres sin escucharlos, sin compartir su frustración inicial, su dolor, su angustia.
Podemos y debemos trabajar con niños discapacitados; y éste será nuestro desafío.

Caminante no hay camino
se hace camino al andar.
Psic.Mirta Graciela Hernández.
Red del Puente
(consulte nuestra pag.web.www.psipolis.com.ar).

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