¿Todos somos iguales?
La Real Academia Española tiene dos acepciones para el verbo discriminar: "Seleccionar excluyendo" y "Dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc". Pues bien, resulta cada vez más complejo mantenerse alejado de esta palabra tan escuchada, leída y debatida.
Son conocidos casos de discriminación por el lugar de nacimiento, los rasgos físicos, la orientación sexual, y el poder adquisitivo, entre otros. De todas formas, esta vez mi columna de opinión de orienta a la diferencia que existe entre hombres y mujeres, y el trato dispar que le brindan la sociedad en la que nos hallamos inmersos.
Vivimos en una época individualista, acelerada y hasta extremista. Muchas cosas tienden a confundirse por causa de la inmediatez de los movimientos y acciones. Sin embargo, entre tanta nube difusa encontramos certezas gracias a los avances de la ciencia y de las comunicaciones.
La humanidad ha realizado estudios de los sexos, y si bien han hallado diferencias biológicas entre uno y otro, tampoco ninguna investigación ha logrado determinar que el hombre posea características intelectuales superiores a la de la mujer.
Al parecer no hay diferencia de aprendizaje y capacidad. Además si se efectúa una mirada a lo largo del tiempo, se divisa que paulatinamente el sexo femenino ha sabido ganar su espacio en un mundo netamente machista. Sin embargo, resta muchísimo por hacer ya que todavía chicas y chicos no estamos en un pie de igualdad.
Este tiempo es duro para todos, cuesta encontrar lo que uno busca, más aún si se es joven y lo que se pretende conseguir es un trabajo estable. A nadie le resulta sencillo, pero sin duda que las mujeres sufrimos más las desventajas y las faltas de oportunidades para demostrar quiénes somos y lo que tenemos para dar. Un hombre posee menos obstáculos.
Es bastante usual que empresas del rubro privado publiquen avisos pidiendo empleados, pero al enviar el currículum se tiene como respuesta que no contratan mujeres o "es para varones nomás". Me pregunto por qué tienen esa política de dejar de lado al mal denominado sexo débil. Como si ser mujer sea un castigo o una condición inferior.
La diferencia que sí resulta notoria entre ambos es una condición de mayor fuerza física en el hombre, y la posibilidad de dar vida en la mujer. Claro que esto último es un problema para los empleadores, que por ley deben otorgarles a las señoras los tres meses de licencia correspondiente por cada embarazo. Quizá esa sea la razón de la negativa a contratarlas, porque si uno se pone en el lugar del jefe esto lo complica y obliga a cambiar el ritmo de laburo por un tiempo, pero en la vereda del frente esa actitud de excluir hace que cualquier mujer se sienta desplazada y sin esperanzas respecto a su futuro, con mucha incertidumbre agravada por la inestabilidad del país en el que se vive.
¿Cómo puede ser que un pensamiento casi medieval todavía siga teniendo vigencia? En un mundo que se jacta de moderno, es bastante arcaico pensar que la mujer sólo sirve para tener hijos, ser ama de casa, y que el hombre es quién debe aportar dinero al hogar. Qué ideología más anticuada y hasta pobre.
Sin ir más lejos hace unas semanas atrás, la joven Stella Maris Álvarez fue árbitro de un partido de fútbol y la crítica que recibió por parte de un jugador mendocino fue que "se tendría que haber quedado en su casa a lavar los platos". Una falta de respeto total.
No existe un manual que recomiende cómo salir adelante y lograr la tan esperada igualdad entre los sexos, pero sí hay varios caminos: luchar, resignarse, protestar o ser indiferente. Eso depende de cada una, de los deseos concretos de progresar, del afán de demostrar que no hay tarea que no podamos aprender y de agudizar la sensibilidad femenina, herramienta exclusiva que nos permite hacer la diferencia y avanzar.
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