Una hazaña con la que soñó durante 13 años
Lautaro Lasagna, a
sus 19 años y luego de concretar la hazaña de recorrer los 42 kilómetros que
unen las costas uruguayas con las de Punta Lara, decía “Todavía no caigo. Durante más de diez años
tenía este sueño en la cabeza y me parece increíble haberlo hecho”.
Difícil de creer
pero imborrable para la memoria. “Después de salir a las cuatro y media de
Colonia -recordó Lautaro-, en la oscuridad total del río, lo que más me
impresionó de la travesía fue el amanecer. Nunca me lo voy a olvidar: cuando
empezó a clarear en medio del agua fue como estar en un sueño. Un momento de
paz total. No se oía nada. Lo único que sentía eran mis brazadas y mi
respiración, y el cielo que se iba iluminando de naranjas y rosas y el sol que
iba apareciendo en el horizonte, nada más. Era todo perfecto”.
Durante su
travesía, que duró 13 horas y 59 minutos, Lautaro estuvo acompañado por su
padre, Leonardo (45), que iba en un kayak, y por una lancha en la que viajaban
su hermano, su entrenador y su nutricionista. “Ellos me daban fuerza y me
preguntaban cómo estaba, pero la verdad es que mientras nadaba yo no escuchaba
nada. Al que podía ver siempre al lado mío era a mi viejo. Lo suyo fue
tremendo: hace dos meses se compró el kayak para acompañarme a entrenar. Me
dijo que no iba a poder cruzar remando porque se moría, y sin embargo salió y
llegó conmigo. Estuvo durante todo el cruce remando a mi lado”.
Ayer, mientras
escuchaba a su hijo, Leonardo se inflaba de orgullo y agregaba: “Mi idea era ir
en el kayak las primeras cinco horas, pero al ver el esfuerzo que estaba
haciendo él, sentí que yo no podía aflojar. Y no aflojé. Llegué destrozado como
él, pero no aflojé”.
Para hidratarse y
alimentarse, Lautaro frenaba cada 15 minutos, se acercaba a la lancha de su
entrenador y, siempre en el agua y cuidando de no quedarse quieto para no acalambrarse,
tomaba una bebida concentrada preparada por su nutricionista para no
descompensarse. “Frenaba un minuto y medio -detalló Lautaro-, que era el tiempo
que demoraba tomando esta bebida o comiendo alguna fruta. Tenía que tomar un
litro por hora para no deshidratarme”.
La salida de
Colonia en medio de la oscuridad total, el silencio fantasmal del río cuando ya
no se veía ni la costa que acababa de dejar ni a la que estaba por llegar, o el
amanecer de sueño que experimentó Lautaro a las pocas horas de emprender la
travesía, son sólo algunos de los tantos recuerdos de una aventura que comenzó
acaso cuando él tenía apenas seis años, pero ninguno tan dramático como el que
empezó gestarse en el tramo final, cuando faltaban unos quince kilómetros y, ya
en el canal de acceso a la costa local, la ribera ensenadense se asomó en el
horizonte como algo lejano pero posible.
“Tenía corriente en
contra y no daba más, ya no sentía el cuerpo -recuerda Lautaro-. Era un tramo
que tendría que haberlo cruzado en tres horas y tardé casi seis por la
corriente. Fue desesperante: mi hermano me alentaba tanto que se tiró a nadar
al lado mío para darme fuerzas”.
La bravura del río
era tal, que hizo desviar a Lautaro del trazado original y lo terminó obligando
a realizar un recorrido total de 48 kilómetros. “Nunca tuve miedo pero ahí pensé
por un instante que no llegaba. No daba más. Pero bueno: veía la costa tan
cerca y me decía que tenía que seguir, como sea. No podía aflojar. Hacía trece
años que tenía ese sueño en la cabeza y no lo podía abandonar justo en ese
momento”.
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